Tras jornada y media de reflexión, me meto con el partido que todos esperábamos, ese denominado clásico que yo llamaría eterno. La verdad, tensión hubo a patadas. Me divertí. A mi entender, ganó el Barça y perdió el Madrid. ¿Otra vez con perogrullo? Así será si así os parece, pero para mí se dieron ambas circunstancias, coincidentes desde luego en el resultado.
Ganó el Barcelona porque fue el mejor en un encuentro que me indujo a valorar aún más la experiencia, el saber estar, la confianza en uno mismo y en tu equipo, la buena dirección, algunos rebotes afortunados y ciertas dosis de magia. Pese al batacazo inicial, los azulgrana no perdieron los papeles, aunque se les veía angustiados en la primera mitad ante la presión infinita (alocada, diría yo) de los blancos. Movió Guardiola sabiamente sus fichas, con Puyol bailando al costado que le sugería Cristiano, Alves aportando superioridad en el centro del campo ante la inexistente defensa del portugués, Sánchez apareciendo por la derecha cuando podía doblar al brasileño y volver loco al otro brasileño, éste de blanco, que naufragaba en toda regla..., y reservando para la segunda parte, sin parecerlo, a Cesc y al exquisito Iniesta, en la primera mitad de vacaciones. Messi, siempre Messi, perdía más balones que nunca cuando le encimaba Lass, pero seguía bajando al centro e imponiendo pasito a paso la superioridad allí donde nace el juego.
Perdió el Madrid porque ante su eterno rival se le dispara la ansiedad. Les entran las angustias y las prisas y se descomponen en factores primos. Algunos más que otros, que todo hay que decirlo. Sobre todo, Marcelo (su fuerte cesión a córner desde el centro del campo a poco de comenzar el partido resultó escalofriante), Pepe (que en estos partidos se descerebra aún más), Di María (empeñado en demostrar inexistente la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos), Ozil(más corretón que nunca, lo que ya es decir, pero ni un solo balón al hueco) y el líder Ronaldo, al que los grandes partidos le vienen definitivamente grandes, como ya se sabe. Con lo que tienen (mucho mejor que lo del año pasado, desde luego), les basta a los madrileños para ganar a cualquiera..., menos al Barcelona. Por eso les sería suficiente con no venirse abajo y administrar la ventaja del partido de Sevilla para mantener al Barcelona debajo, que aún se dejará algún punto fuera de casa. Pero habrá que ir al Camp Nou.
Perdió Mourinho su particular duelo con Guardiola porque no alineó bien y no recompuso en su momento. Sobraba Ozil para este encuentro, faltaba Khedira y, visto lo visto, sobró a la media hora Di María y faltaba Callejón si había que buscarle las espaldas a la defensa visitante. Si Lass secaba a Messi cuando le encimaba en los arranques de cada jugada, parecía lógico insistir en ese hallazgo y cortocircuitar la cómoda circulación del Barcelona con ese marcaje al hombre, pero no lo hizo. Además, al no haber compañero que le echara un capote a Alonso, el agobio al que le sometían era de libro. Tampoco lo supo ver. En conjunto, el Real se olvidó de jugar la pelota, que es en lo que mejor ha evolucionado del año pasado a éste. Y sin juego no hay goles, salvo errores.
Cierto es que el segundo fue de rebote, que se fallaron un par de ocasiones que el otro no fallaba, que algún maravilloso pase al compañero libre se quedó en disparos precipitados e imprecisos... Verdades, pero insuficientes. Ganó el que jugó mejor y administró con más sabiduría sus talentos. Y eso que, pese a todo lo dicho, el Barcelona supo apreciar que aquél era otro Madrid, aunque se quedara en salvas. Con las cosas más serenas y analizando este partido, afirmo que en el Madrid de ahora mismo hay mimbres y talento suficiente como para plantarle cara al Barcelona en la ciudad condal. Pero tiene mucho que aprender y bastante que mejorar arriba, en el coco, que es donde las emociones perturban las intenciones.
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